
La melodía otoñal de Bergman
Espero alegre la salida y espero no volver jamás Frida Kahlo
Los fantasmas del pasado pueden ejercer una presión única sobre la actual realidad histórica de cada ser. El fantasma, en su naturaleza espectral, tiene ataduras a sus pertenecientes terrestres por aquellos asuntos que no logró culminar en su ciclo de vida. Al dejar pasar las oportunidades de afrontar nuestros problemas, al guardar rencores, todos generamos fantasmas, todos.

Eva le ha pedido a Viktor, su marido, lleve al correo una carta dirigida a su madre, en la cual extiende una invitación para que la visite, hace años que no la ve. En la ausencia de la figura materna, Eva ha sacado a su hermana Helena del asilo en el que estuvo confinada para atender la enfermedad degenerativa que padece, ahora vive con ella. A la llegada de Charlotte, madre de ambas, los fantasmas comenzarán a nublar el panorama de Eva, al ritmo de las partituras de Chopin, la estación es otoño.
Ingmar Berman concibió originalmente esta afronta como un filme, Sonata de otoño, ahora ya un clásico de la filmografía del maestro sueco. Bajo la dirección de Ignacio Ortiz Cruz llega a el Teatro El Granero Xavier Rojas. Estelarizada por Aída López, patricia Marrero, Jose Carlos Rodríguez y Diana Ávalos.
En un espacio reducido a unas escaleras, un pasillo y un piano la acción toma forma. Ortiz Cruz toma la esencia de los personajes de Bergman, por un lado la madre, una pianista exitosa que dedicó su vida a atender su carrera más que a su familia. Y la hija que estuvo ahí, esperando el amor de su madre, y se quedó a la espera.
Dividida en tres partes, orquestadas por tres movimientos de iluminación, el movimiento del atardecer, anochecer y mañana se cocina a un ritmo lento, que permite darle mayor apreciación y lecturas diversas al texto, situación que funciona en gran parte pero llega a ser cansada en momentos. A pesar de estas fallas, el discurso acerca de las rupturas y las lejanías se va deshilando a la par que analizamos una relación familiar que se rompe en reclamos callados durante el tiempo.

Es necesario apreciar la tesis que antepone la puesta, acerca de la retención de las pasiones y los deseos. Por una parte , Eva manifiesta tener mucho que decir desde el primer momento que pone un pie en escena, desea poder expresar todo sentimiento que lleva dentro, desea poder continuar con su vida de una manera plena y nueva, pero oculta estos deseos bajo una máscara de comodidad y entendimiento.
Charlotte siguió la pasión de la música, entregó a ella su amor, confianza, constancia y dedicación. “¿Por qué soy tan cruel?”, se pregunta el personaje en medio de una de las continuas reflexiones que sostiene en su soledad. Madre e hija se conectan a través del tiempo para encontrar que aunque no lo crean las dos llevan parte de la otra aún cuando no puedan creerlo o entenderlo.
Sonata de otoño vislumbra el ocaso y la oportunidad, en un panorama que dónde la posibilidad tiembla sostenida en un muro que se resquebraja pero conserva la suficiente fuerza en sus cimientos para evitar derrumbarse. Un texto que demanda la correcta adjetivación de las condiciones humanas y pide ceder el cese a la hipocresía. Pero a la vez intenta depositar el mensaje de la importancia de no aprehender para poder aprender.
El elenco destaca la estupenda actuación de la siempre grata Aída López, que se conduce con maestría en el tono exacto para desenvolver su papel y dar vida a Eva. López logra transmitir toda la fuerza contenida dentro de los silencios de su rol para hacer vibrar, enternecer y exigir junto con ella la justicia indicada. Construye un personaje de una fragilidad deliciosamente imperativa, que aunque se acostumbra retenerse y prescindir de la defensa para evitar ser lastimada, derriba las paredes para atacar y salvar la identidad que le pueda sobrar, antes de que llegue el invierno.

Patricia Marrero no es Ingrid Bergman, pero no demerita la correcta intención de la actriz al apoderarse de la madre desdichada que oculta su pena en su orgullo y las vanidades materiales. Rodríguez y Ávalos tienen actuaciones sólidas y estables, aunque presencias breves, lo cual otorga responsabilidad a los baches de ritmo, puesto que son elementos imprescindibles en zonas de apoyo y no aparecen en la totalidad requerida.
Termina pues siendo Sonata de otoño una digna interpretación y homenaje a la memoria de Bergman, siendo en sí una sofisticada ejemplificación de la persistencia de la memoria ante el autodominio humano, dentro de una sociedad banal. Altamente recomendable.
Originally posted 2014-04-27 13:56:45. Republished by Blog Post Promoter