
Judaísmo persistente en un alma desquebrajada
“Aprender a estar sola, sin ser un náufrago, y lograr que las voces que acuden a esa soledad sean compañeras.”
― Luis María Pescetti, Querido Diario.
La vida nos pone a prueba día a día; sin embargo, cuando somos afines a una religión y las cosas que nos ocurren aparecen como una roca de demolición dispuesta a destruirnos siempre nos preguntamos ¿por qué?, esa pregunta no tiene respuesta quizá. Y es que las cosas pasan cuando uno menos las espera, pero cuando las acciones ocurridas corren de desventura en desventura ¿En dónde nos podemos refugiar?

Ubicándonos en una banca de madera dentro de un solitario departamento, el autor, Martin Sherman (Bent, La Señora Henderson presenta), nos presenta a Rose, una mujer judía de 80 años originaria de un pueblo ya desaparecido de la antigua Ucrania, Rose ha sobrevivido a la tragedia que ha asechado a su religión durante el siglo pasado, vivió los pogroms en la adolescencia y la acción nazi siendo adulta, ella fue (por acciones de el destino) una refugiada en Norteamérica tras la guerra. Ha visto en la televisión como un hombre mata a una niña en medio del conflicto bélico de Israel, ahora está haciendo shivá (ritual judía de duelo) por esa niña, pero ¿en verdad lo hace por esa niña?
Básicamente, la historia a la que Sherman nos hace presenciales, es una muestra de la forma en la cual la humanidad ha diversificado su intolerancia y discriminación por todo lo largo y ancho de su existencia. Rose nos cuenta cómo fue su vida en Yultishka, y de cómo el ambiente la sofocó al grado de querer salir huyendo de el pueblito para llegar a Varsovia, dónde encontraría el amor y tendría una hija, ambos elementos le serán arrebatados después en medio del holocausto. Es entonces vivo grito del autor basado en el propio conocimiento de su religión, ensamblado en una forma admirable.
La historia sigue y comienza a desenvolverse con un ritmo narrativo perfecto, el personaje nos va contando con la mayor fluidez y apego sus memorias, vamos rodando junto con ella entre los recuerdos dulces y los más amargos, aquellos que han dejado huella en la humanidad y que a ella ahora la colocan en un puesto de no saber a dónde realmente pertenece. Aquí uno de los puntos a subrayar sobre este fascinante monólogo: es una invitación a percibir la realidad dilemática en la que una persona, que ha cambiado tantas veces de ritmo de vida, se encuentra en la recta final de su existencia.
Rose se fue a Varsovia, para escapar en medio del holocausto a palestina, solo para ser arrestada y devuelta al viejo continente, pero después terminó en América. Sus ideales y modo de ver las cosas también se han modificado por el tiempo. Pero ahora, frente a nostros, ¿A dónde pertenece?, finalmente Estados Unidos no es su nación, pero la vieja Varsovia tampoco es lo que era antes, Yultishka ya ni siquiera existe y ahora hasta el judaísmo tiene incluso diferentes percepciones de sus ideales a según la localización geográfica dónde se practique.

A través de la dirección, Sandra Félix logra implementar en la puesta en escena, el espíritu de desoladora emotividad necesaria para hacernos presos de ella, lleva a su actriz por un camino dónde su discurso no verbal expresa (y complementa) por completo el sentir del personaje, una mujer que se está ahogando en la propia angustia de sus recuerdos y la necesidad de encontrar una respuesta y esperanza para un mundo mejor, en el cual los seres que ella ama puedan evitar los actos que comenzaron los hechos que a ella le quitaron todo alguna vez, y que ahora la dejan rodeada de sus muertos.
Félix nos ubica en un rincón íntimo del departamento del personaje, sobre un tapete viejo, está una banca y una lámpara. Ahí se encuentra el reto para la actriz, confinada a un espacio delimitado con incidentales elementos de soporte de volumen no mayor a un estuche de medicinas. Sin más que el talento que posee, la directora propone dar el ritmo a la desgarradora y tierna narración a través de distintas marcas y actitudes impresas que nos permitan apreciar el discurso del texto con la misma valía con la que sostenemos la impactante carga laboral del escenificador.
La actriz con la cual Félix contará la historia es Amanda Schmelz, a quién sólo podría describir como magistral. Schmelz se apodera del personaje en todo aspecto, desde la forma de hablar (con el acento que marca los orígenes del personaje) y la vestimenta, a la catártica expresividad de los acontecimientos que narra. Ubicada en el tono preciso y siguiendo a la perfección el ritmo del texto combinado con las indicativas de la dirección, la actriz nos entrega una actuación sólida, franca y entrañable, delineada por los matices y contrastes que dan textura y relieve a la composición escénica que la sujeta en todo momento, a la ya mencionada, banca de madera en la que está situada durante las más de dos horas de duración.
Amanda Schmelz es una combinación de talento y presencia que se expone ante la caótica multiculturalidad obligada de la que es presa su personaje, ofreciéndonos desdobles genuinos ante las diferentes interpretaciones que le podemos dar al texto y al discurso que sus acciones nos transmiten. Entendemos y tenemos en viva muestra pues a una actriz viviendo a su elemento más allá de interpretarlo.
La delicadeza de esta puesta en escena provoca una auténtica oleada de fuerza y sentimientos encontrados en el espectador. Rose es un canto a la vida que se tambalea entre la soledad y la esperanza de una vida mejor. Una experiencia sobre un alma que nos convoca a mejorar la vida partiendo de la existencia de la vida misma arrancándonos las lágrimas y sonrisas más honestas que podamos emitir. Imperdible.
Originally posted 2014-04-21 13:45:42. Republished by Blog Post Promoter