
Nuestro Jaime
La estancia llena de gente; sin embargo, están solos (los enamorados se descubren en un vacío inmerso de todo). El tiempo no cuenta, se vuelve cómplice del que mira primero y enemigo del que mira después. El día se vuelve noche y la soledad se vuelve amor.
“Te conocí a tiempo, a tiempo de encontrarte, para saber que existías, para llenar mis ojos y mi boca de tu sabor… No fuiste antes ni después, fuiste a tiempo. A tiempo para que me enamorara de ti.”
Llegaste a tiempo

Conforme pasa la ocasión, más y más son los que se encuentran pronunciando esas palabras y emitiendo aquellos silencios que lo dicen todo y nada. Cada vez son más. El que ama se enfrenta ante un dilema: ¿Cómo decirte lo que ya está dicho?, ¿te lo repito?, ¿lo leo? La urgencia de expresar lo que el alma siente se vuelve incontrolable e imposible. Cualquiera que ama se desespera ante un lenguaje desprovisto y corto para poder decir lo que realmente quiere.
“Y todo lo que decimos no es sino una minúscula parte, inexpresiva, de lo que no decimos. Y todo lo que queremos, es inalcanzable. Y todo lo que anhelamos es imposible.” Cartas a Chepita
La poesía es un síntoma humano. No me malentiendan; ser humano no es una enfermedad. Quizá “síntoma” no sea la palabra correcta. Mejor dicho: la poesía es un futuro obligado propio del humano. La consecuencia inmediata del amor es la poesía. El poema, el que surge de afuera hacia dentro y viceversa, no se hace, sino se va construyendo con la vida misma.
Las cartas de amor requieren de tiempo y unas cuantas arrugas, se crean con la mirada estando ciegos, con las manos carentes de piel, y luego, con la pluma. Es precisamente eso lo que escribió y con lo que escribió Jaime: la vida y con la vida, con amor y al desamor.
“Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mi,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima…” No es que muera de amor
Jaime Sabines, el poeta y el hombre, nació todos los días. Un lunes, un martes, un domingo. Fue en Chiapas y también al otro lado del mundo. Sabines nace cuando alguien se atreve a querer de a de veras. Y también para el que sufre hasta con las uñas. He aquí su infortunio: habrá quien se atreva a orar en su nombre, malgastando sus letras en brisas vacías y sin sentido.
Arriesgado e inocente, se enamoró joven. Y así siempre fue su amor: como del que empieza, ilusionado. Su nombre: “Mi Chepita linda”
Las cartas, los poemas, los discursos, todo lo que salía de Jaime era por su amor: amor a ella y a la literatura, a las horas y los besos, al papel y al cansancio. Chepita es aquella o aquél al que amamos y tenemos a un lado. Es la forma en que se respira, el aire desnudo golpeando el ojo de la boca, haciendo tronar los dientes que pronuncian palabras inciertas para el que escucha sin querer y alimento para el que ama también.

La genialidad de este artista reside en lo que algunos no comprenden. Si bien, ser poeta requiere de enormes virtudes, una sensibilidad nata y un dominio del lenguaje mayor, Sabines escribió para que todos lo pudieran entender y sentir. El arte de escribir, fue para el artista, hacerlo como cuando se habla, con la cualidad de elevarse.
“Al fin y al cabo soy poeta –y a la poesía, como a la flor que crece en la falda de los volcanes, si la tocan, la deshacen.” Cartas a Chepita
Sabines lo dice por nosotros. Su arte, su poesía, es la poesía de todos los días. Es la mía, la tuya, la nuestra, la ajena y la personal. Es una caminata, una mano encerrando otra, un día de lluvia, el cabello sin estar quieto, es su mirada, es estar sentado, un cigarro. Él lo dice por nosotros.
Jaime Sabines. Homenaje en Bellas Artes. 1996
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